Si anteriormente hablábamos de unos cálculos aproximados, hoy haremos hincapié, en que estos variarán, en función de las características vegetales, del jardín en el que nos encontramos. Como ya dijimos, un jardín, de naturaleza pradera, consume mucha más agua, que la xerojardinería, lo cual no significa que sea menos vistoso o agradable a la vista.
Se trata de que queremos, cuales son las necesidades de lo que implantamos, y cual es el medio, tanto soporte como ambiental, de lo que le va a rodear.
Imaginemos, una pradera en un clima semidesértico. ¿Funcionará? Si. Ahora deberemos primero elegir que especies y variedades implantamos, que prácticas culturales vamos a utilizar para su conservación, incluso para su implantación previa, y cuanto estamos dispuestos a poner, para alcanzar los resultados esperados.
No es lo mismo, un jardín, donde el 80% del sistema radicular se encuentra a 20 cms de la superficie, o si se encuentran a 80 cms de la misma. La cantidad de agua a aportar en el segundo caso será superior, debido, a que la mayoría de raíces absorbentes, se encuentran en un perfil inferior, y por tanto, la cantidad de agua, que deberemos aportar para que alcancemos este perfil, será mayor, que en otras, de características herbáceas o arbustivas, con iguales requerimientos de agua, pero raíces mas superficiales. Ello, no significa que el agua sea inferior, solo que la necesidad para alcanzar a lo que son sus elementos de absorción, es superior o inferior, según los casos.
¿Cómo programaremos los riegos?
Para determinar el programa de riegos, se deben seguir los siguientes pasos:
1. Hacer los cálculos aproximados previos de requerimientos, delimitando el jardín por zonas, de mayores presencias. No vayamos al detalle.
2. Escoger la profundidad media de suelo que se desea humedecer. En general, se puede convenir que será de 25 a 50 cm para plantas herbáceas, de 50 a 100 cm para arbustos, y de 100 a 150 cm para árboles. La elección de la profundidad determinará la dosis de riego a aplicar.
3. En nuestras latitudes, los cálculos teóricos, se multiplican, por dos o tres, según el nivel I, II o III seleccionado un tanto exageradamente.
Determinados el volumen por superficie cultivada y el número de riegos por mes, se debe tener en cuenta dos últimas consideraciones:
• Con el fin de que no se produzcan encharcamientos ni pérdidas de agua por escorrentía, los riegos deben permitir que el suelo se empape poco a poco. Para esto, cada riego no debería superar una pluviometría de 10 litros por metro cuadrado en una hora.
• Si el sistema de riego provee una pluviometría superior, cada riego deberá suministrarse en una serie de pulsos que permita al suelo un humedecimiento gradual. Por ejemplo, con un sistema de goteros o de aspersores que aporte 20 l/m2 hora no deberían establecerse riegos de más de la hora de duración, seguidos de otra media hora que permita la infiltración del agua en el suelo.
• Como ya hemos visto, y sin quedarnos solo en los datos facilitados por estaciones meteorológicas, cuando se producen precipitaciones, el agua aportada debe ontabilizarse en el balance hídrico del suelo.
• Para determinar la cantidad de agua de lluvia que realmente queda disponible para las plantas se debe estimar la lluvia efectiva, en general, y para el tipo de suelo medio considerado (de textura franco arcillosa), se puede estimar como nula una lluvia que aporte menos de 10 mm. Ante precipitaciones superiores, se puede considerar que la lluvia efectiva es de un 50% del volumen real precipitado.
Y ahora ¿Riego manual o automatizado? ¿Qué opinan?
Ramón José Cortina Badía (Ingeniero Agrónomo).